martes, 8 de mayo de 2012

camino de piedras.

La bruma pairaba sobre nuestras cabezas mientras las olas se rompían fuertes contra el roquerio, los dos sentados mirando para el nada y para el todo al mismo tiempo. Una inmensidad azul, donde se veía al horizonte algunas siluetas de navíos y el cielo gris como en los días tristes. Pero al parecer era un día feliz. “El día está exquisito”, las palabras proferidas de la boca y que también salían insistentemente del pensamiento. Los pájaros iban para el norte, unos pocos perdidos volaban en el sentido contrario de la tropa. Mirábamos atónitos, percibíamos las mismas cosas y uno siempre hablaba antes del otro. Las olas quebraban más fuertes, las algas parecían los cabellos de las rocas, el viento venia cortando el calor de los cuerpos. Un cigarrillo fue prendido y en ese momento uno se dio cuenta de que toda su vida parecía un sueño, que quizás no pertenecía a ese ambiente por más que le gustara el mar. Se asustó un poco de tener a alguien tan interesante a su lado mientras el humo obstruía sus vías aéreas y justo después olía el aroma dulce del mar que tanto le gustaba. Y vino la nostalgia. La nostalgia de una vida que no le gustaba, la nostalgia de querer estar cerca de quien ama (¿pero no amaba a quien estaba a su lado?), la nostalgia de un amor mal sucedido y las ganas de poner un fin a todo lo que estaba sintiendo. Nos paramos y fuimos caminando.  Queríamos ver a los lobos marinos más de cerca y compartir las historias de vida más profundamente. “Parecemos a dos abuelitos”… sí, parecíamos a dos abuelitos.
¿Será eso el amor?

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